Cartografías imaginarias. De Haruki Murakami a Tomás Moro.

Línea de tiempo con las obras de la entrada: Cartografías Imaginarias: de Haruki Murakami a Tomás Moro.
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La presencia de mapas y otras representaciones cartográficas en obras literarias se ha tornado común en muchas obras actuales. Sobre todo, en aquellas de fantasía, en las que el autor crea un mundo que necesita de un mapa para acompañar y facilitar al lector la exploración de la aventura.

¿Desde cuándo las obras literarias utilizan cartografía, real o imaginaria, para apoyar la trama?

En esta entrada hacemos un breve recorrido por las primeras obras que incluyeron representaciones cartográficas para acompañar a los lectores, y fortalecer tanto la historia como el mensaje que el autor quería transmitir.

El ejemplo más reciente que hemos encontrado de novelas con mapas está en la última obra de Haruki Murakami, «La ciudad y sus muros inciertos» publicada en 2024. La ciudad de la que habla la novela se describe con detalle: tamaños, distancias, uso de los espacios y relación espacial entre ellos. A pesar de que la primera edición de la novela en español no viene acompañada de un mapa de la ciudad, sus lectores no lo echamos de menos. No es necesario repetir el mapa. Al leer los primeros capítulos de la obra los asiduos al escritor japonés sabemos que no hay mapa en esta edición porque la ciudad de muros inciertos en la que transcurre la trama no es nueva, es una vieja conocida, es el fin del mundo que aparece en su obra previa «El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas«. Publicada en 2013, esta novela sí incluye un mapa con esa ciudad misteriosa. No desvelo más.

El mapa de la ciudad con muros inciertos lo crea Haruki Murakami para ilustrar un mundo fantástico, fruto del onirismo que caracteriza su obra. La misma fantasía que lleva a J.R. R. Tolkien a crear un mapa de El Señor de los Anillos.

Roger Chartier, en Cartografías imaginarias (ss. XVI-XVIII), hace un estudio minucioso y demuestra que desde hace siglos los autores han utilizado mapas para ilustrar sus historias. Sin embargo, no siempre esos mapas eran representaciones de un mundo totalmente irreal, como ocurre en las obras de Murakami y Tolkien, sino que utilizaban lugares reales para apoyar lo imaginado en su relato. La idea es: lo irreal deja de serlo al suceder en un espacio conocido.

Un ejemplo es Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes y Saavedra. Nos remontamos a 1780, ciento sesenta y cinco años después de su primera publicación, cuando Joaquín Ibarra imprime para la Real Academia Española una nueva edición de Don Quijote. Esta es la primera que incluyó un mapa de una porción del Reino de España con los parajes por donde, supuestamente, anduvo Don Quijote, y los sitios de sus aventuras. El mapa fue realizado por Tomás López, cartógrafo de Carlos III, uno de los cartógrafos españoles más importantes del siglo XVIII. López lo confeccionó según las observaciones sobre el terreno de Joseph de Hermosilla, capitán del Cuerpo Real de Ingenieros y miembro de la Academia. El lugar era real, lo sucedido allí no tiene siempre que serlo también.

Ruta de Don Quijote. Aparece en la edición del Quijote realizada por la Real Academia Española en 1780 e impresa por Ibarra.

Don Quijote era un aventurero clásico, pero su cartografía no fue la primera. Los mapas de otro aventurero imaginario fueron anteriores a la edición de Don Quijote de Joaquín Ibarra. Los Viajes de Gulliver de Jonathan Swift, en su primera edición, publicada en Londres en 1726, incluye mapas con los lugares visitados por Lemuel Gulliver, personaje principal de la novela. Gulliver emprende numerosos viajes donde descubre nuevos seres que cambian su manera de ver a la humanidad. Aunque el personaje es ficticio, Swift configuró un entorno geográfico los más fiel posible a los conocimientos de la época, con el fin de hacer creíble a los lectores lo que en realidad era una parodia de los relatos de viajes de la época. Aquí sí había intención explícita de llevar lo irreal sobre una realidad recién conocida.

Los Viajes de Gulliver. Mapa de las islas Liliput y Blefuscu

La idea de utilizar mapas auténticos para dar soporte a historias de ficción no se puede entender que fuera original de Jonathan Swift. Hay un precedente. El creador de Lemuel Gulliver posiblemente se inspiró en el Robinson Crusoe de Daniel Dafoe de 1719: un joven de familia acomodada que, después de navegar en diferentes embarcaciones, acaba naufragando en una isla. Si bien las tres primeras ediciones del libro publicadas en abril, mayo y junio no contenían ningún mapa, la cuarta, impresa en agosto, sí incluía un mapa del mundo con los viajes del Robinson Crusoe. Posiblemente Dafoe pensaba que toda fantasía gana presencia impresa en un planisferio, pero que hace falta dinero para pagar las copias del mapa.

Mapa del mundo con los viajes de Robinson Crusoe, 1719.

Tanto Dafoe como Swift, antes de escribir sus obras, seguramente conocían la publicada en 1605 por el obispo anglicano Joseph Hall: Mundus Alter et Idem. Esta obra es un viaje distópico que el autor utiliza para hacer una sátira política y religiosa. El viaje transcurre por las tierras australes situadas al sur del cabo de Buena Esperanza (Carpulia, Viraginia, Moronia and Lavernia). Ese nuevo mundo es una Europa al revés, en el que triunfan los vicios y las depravaciones. La obra de Joseph Hall es una profecía de lo que cree que era el destino de Inglaterra, pero también una sátira de los relatos de viajes que, en 1605, él entiende que maquillan la realidad. En este caso, la distopía parece posible si se cuenta en un espacio que se puede referenciar.

Mapa Mundus Alter and Idem.

Abandonando el mundo de los relatos de viajes, y adentrándonos en el de las distopias tratado por Mundus Alter et Idem, encontramos también la Utopía de Tomás Moro de 1516, una referencia entre las creaciones del siglo XVI. El fantástico escenario descrito por el humanista muestra una isla lejana donde la sociedad se ha perfeccionado hasta tal punto que todos sus integrantes viven en paz y armonía. Utopía, cuyo significado es el no lugar, es cartografiada según las convenciones de la época, para invitar al lector a creer en la existencia real del país de los utopianos.

Utopiae Insulae Figura en Utopía, de Tomás Moro, 1516

Como hemos visto, el uso de representaciones cartográficas en las obras de ficción no es algo exclusivo de nuestro tiempo, ni siquiera una apropiación exclusiva del género de fantasía. Sátiras y distopías han utilizado en los siglos anteriores la cartografía para dar sustento y carácter de realidad a sus historias. Como nos dice Roger Chartier, en los siglos XVI y XVIII la inclusión de mapas en las obras de ficción pone de relieve que los mundos de los autores ya no estaban aislados, sino que empezaban a formar parte de algo nuevo desvelado por las expediciones y descubrimientos de la época. Por su parte, para los lectores, era una fuente de nuevo conocimiento geográfico, de ilustración.

Incluir mapas en las ediciones impresas no era tarea fácil ni barata. Añadir cartografía requería de una doble impresión: por un lado, el texto en el taller de imprenta y por otro las ilustraciones en una impresión en grabado a buril. El resultado era un libro costoso que, habitualmente, tiraba de láminas despegables con los mapas insertas en cada ejemplar.

Las obras actuales incluyen mapas tal y como lo hacían hace quinientos años. Lo que ha cambiado ha sido la tecnología con lo que son impresos, pero el objetivo para incluirlos ha sido siempre muy parecido.

Nota: En este artículo usamos mapa como sinónimo de representación cartográfica.

Fuente:

Cartografías Imaginarias. Roger Chartier. Ampersand. 2022

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